sábado, 9 de agosto de 2025

Cuatro gatos y una librería.





Pueden hacerlo


Llegaron de muy lejos trayendo algo consigo,

nadie sabe qué, pero corrige y mejora todo.


Tienen la capacidad de hacerte reflexionar,

algo así como una cura de humildad,

y con ello obligarte a aceptar, y a ser mejor.


Sólo verlos cruzar una habitación,

avanzar por el pasillo, cola enhiesta

rezumando dignidad, achicarse

cuando se empeñan en elegir su lugar,

holgazanear con estilo, sin prisa y sin culpa,

sólo por verlos dormir, merece la pena

estar dotado de conciencia y memoria.


Con ellos cerca está en paz mi corazón,

me guían, me abrigan, hacen de mis días

un vergel de calma, silencio y sabiduría.


Hacen con su mierda en la arena

lo que el poeta con la suya en el poema.

Cazadores solitarios, ambos, no perdonan.


Llegaron hace mucho tiempo,

van y vuelven, pueden hacerlo,

a través de esa puerta en sus ojos,

dilatada o vertical, a la eternidad.


Ayer tenía un poema en la garganta


Una lavadora, una secadora, un lavavajillas,

un secador de pelo, una maquinilla de afeitar,

el último modelo de cualquier electrodoméstico,

un coche nuevo, una mujer, un sueldo fijo, un trofeo,

un reconocimiento, un sueño cumplido, un éxito

una erección sin precedentes, una botella de vino,

seis litros de cerveza buena y fría,

todo lo que me cuentes y todo lo que te diga.

Nada. Insisto, nada hace la vida más fácil, más elástica,

le da más sentido a este sinsentido

que llegar al lugar donde vives, con la ciudad a cuestas

y la decepción pegada a los zapatos,

en las suelas,

y escuchar esa sinfonía de garganta milenaria,

ser mirado por esa eternidad de pupilas dilatadas,

todo elegancia y orgullo y estilo,

nada de sumisión ni victimismo.

Morirían de hambre antes que mover la cola ante nadie.


Gatos en la alborada


El verano en la ciudad

era azaroso y caliente.

Había que ser algo más

que un gato de la calle

para salir adelante.

Algunos lo consiguieron.

Otros no llegaron al otoño

y dejaron la ciudad

de la peor manera posible.

Desde mi vieja balaustrada

contemplo a los que quedaron

descansando en la alborada

tras otra noche de caza.





Libres y enteros


Me gustan los gatos de la calle

cuando aún no han sido modificados por nadie,

cuando aún no han sido perturbados ni humanizados.


Los quieren como ellos y les cortan los huevos,

los inutilizan, y, quitándoles un trozo de oreja, los marcan.


Me gustan los gatos callejeros,

su arrogancia, el porte de su andar,

la indiferencia con la que miran al resto de la ciudad,

y me gustan sus huevos,

y las gatas en celo maullando hasta el alba,

y en la oscuridad de la noche dos machos matándose por ese fuego,

defendiendo hasta el final cada palmo de terreno.


Me gustan los gatos callejeros,

me gusta su naturaleza,

rápida, salvaje, cruel,

a veces violenta.


Nunca se supo de un gato

que muriese de hambre en la calle.


¡Dejen en paz a los gatos,

no los hagan vulnerables!


Dejen que vivan su tiempo

libres y enteros.




Librerías de viejo


Salí a caminar, sólo a eso.

No iba a ningún sitio y llegué al centro.

No buscaba nada y encontré un lugar lleno de libros viejos,

cinco librerías conté en menos de cien metros.

Entré en una y ahí estaba,

constelación de pecas sobre blanco roto,

olor a libro viejo y a sexo, sostenida la mirada.

Salimos a la calle y comenzó a llover con fuerza.

El viento soplaba con una intensidad casi como la nuestra.

Aunque no entraba en mis planes, la invité a entrar en casa

a esperar que parase la tormenta.

La tormenta no paró.



Fotos y textos: Lorite Serrano.





sábado, 26 de julio de 2025

Paredes.

 



Todas las paredes 

son la misma pared,

en todas las culturas,

en todas las épocas.



Foto y texto: Lorite Serrano.