viernes, 17 de octubre de 2025

Fragmentos: Una mañana en las afueras.





 Una mañana en las afueras.


Estaban en las afueras, en un centro comercial, en la azotea. Ella fumaba. Él apuraba un café y fumaba. Se levantaron de la mesa y caminaron de un lado a otro de la terraza. El sol brillaba. Ella le preguntó si iba en serio. Si no había vuelta atrás. Él no dijo nada. Ella trató, sin éxito, de hacerle ver el error en el que se encontraba. Él no dijo nada. Sabía que ella nunca soportó el silencio, tampoco la soledad, así que no dijo nada.

_Estás loco -dijo ella, elevando sutilmente el tono natural de su voz.

_ No lo sé -contestó él, pausadamente, mientras encendía un cigarrillo y arrojaba la cerilla al pequeño lago artificial de la primera planta-. Eso sólo podría decirlo un médico; uno que hubiera estudiado para ello. Y ninguno de los dos lo somos. Sólo somos nosotros, nada más.

_Lo estás, claro que lo estás. Y quieres hacernos sentir culpables al resto por no estarlo, ¿Es eso?

_Podría ser -contestó, y le dio una calada honda y sincera al cigarro, consumido ya hasta su mitad.

_Podría ser, podría ser...-balbuceó ella, mientras se daba la vuelta y cubría sus ojos con unas gafas de sol cuadradas y oscuras-. Deberías estar encerrado en un manicomio. O en una clínica... ¡O en la cárcel! Una cárcel para cínicos.

_Eso no existe. Tendrías que oírte...

Ella no dijo nada. Rompió a llorar en silencio. En silencio salieron a la calle. Él miró hacía un lado y se vio en el cristal de un coche aparcado junto a la acera. Había envejecido, no podía negarlo. Quizás ella estuviera en lo cierto, se dijo, y estaba loco. Quizás todo fuera una locura transitoria, fruto de la nostalgia, de la añoranza de otro tiempo. Por qué renunciar a la seguridad que ella le ofrecía. Por qué embarcarse en una lucha que todos sabían perdida de antemano. No puedes obligarla a embarcar, se dijo, ni a que obligue a hacerlo a alguien más. Este mar es sólo tuyo. Zarpa. Tienes mucho que remar todavía, y algo parecido a una vida que jugarte. Encendió otro cigarrillo y se mantuvo en silencio el resto de la mañana. Sabía que ella no soportaba el silencio. Aquel silencio mataba lo que sentían. Y verlo morir de ese modo era verse morir a sí mismo. A esa parte de sí mismo que debía morir para poder seguir viviendo.


Lorite Serrano.

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